«Si queremos que aprendan a preservar su intimidad tenemos que revisar nuestra propia exposición a las redes sociales».

La reflexión es de María Zysman, psicopedagoga y docente de la diplomatura en Análisis y prevención del bullying y ciberbullying. En la siguiente entrevista del diario La Capital, la docente nos invita a pensar : ¿Qué pueden hacer las familias y los docentes para hacer un uso responsable de las redes?.

 

 

—»Ciberbullying∗» lleva por subtítulo «cuando el maltrato viaja en las redes» ¿Cuáles son las formas más comunes de ese maltrato?

 

—Los chicos están expuestos a tres problemas principales: a qué contenidos acceden, qué es lo que ven, a qué edad lo ven, cuánto ven y qué aprenden. Otro riesgo tiene que ver con qué personas se contactan: si son amigos, conocidos o enemigos. Y un tercer problema es el tiempo que están conectados, qué cosas dejan de hacer por estar metidos en internet: si dejan de jugar, de hacer deportes, si tienen riesgos para su salud por lo que comen mientras están conectados. Básicamente lo que preocupa a los padres es el contacto con otras personas. Dentro de eso podemos incluir lo que es el grooming, que un hijo o una hija los lleven a riesgos de acoso sexual. También les preocupa que los compañeros les hagan daño.

 

   —¿Cuál es el punto común para no privarlos del uso de las redes ni dejarlos librados al azar?

 

El punto es acompañarlos y ofrecernos como personas confiables para ellos y que nos consulten. Esto más allá de todas las enseñanzas que tenemos que darles cuando les damos un teléfono, que pienso que cuanto más tarde es mejor. En el momento en que les damos un celular con wi fi, con acceso ilimitado, tenemos que hablar, acordar sin hacer sermones. De la misma manera que nos enseñaron desde chicos a no hablar con extraños, a cruzar por la senda peatonal, les vamos advirtiendo de los peligros. En las redes tenemos que trabajar con los chicos el cuidado de uno mismo y de los demás, de saber que en internet también hay cosas muy malas. También todo lo que tiene que ver con la privacidad, con la configuración de las redes. Hay algo que es básico: muchos padres les enseñan a sus hijos cómo mentir la edad para tener un perfil. Es aquí que se les puede enseñar que hay otros que también mienten, que él no es el más vivo de la cuadra porque puso otra fecha de nacimiento, que mucha gente grande miente para conseguir cosas de los chicos. Hay que acordar a quiénes les va a dar amistad, qué cosas se van a contar o saber que filmarse en la casa involucra a toda la familia.

 

«Se llegó a tal presencia de las selfies, de las fotos, del registro de la vida cotidiana de los chicos que después es muy difícil decirles que la vida privada no se cuenta».

 

   —¿Cómo hablarles de privacidad a los chicos cuando están expuestos todo el tiempo a noticias donde famosos y conocidos cuentan sus vidas privadas en detalle?

 

—Son los mismos padres los que comparten la vida de los hijos cuando son chiquitos! Tienen que saber que el parto no se sube a Facebook. Después es muy difícil remontar eso. Pero también vamos aprendiendo con los chicos. Yo metí un montón de patas con esto, y mis hijos me iban marcando: «Mamá no me etiquetes» o «No me comentes las fotos». Ha pasado que cuando un chico ve que sus padres están permanentemente sacándose selfies con él, le dicen «Mamá no me saqués fotos, jugá». Hay tanta exposición, se llegó a tal presencia de las selfies, de las fotos, del registro de la vida cotidiana de los chicos que después es muy difícil decirles que la vida privada no se cuenta. Si queremos que los chicos aprendan a preservar su intimidad tenemos que revisar nuestra propia exposición a las redes sociales.

 

   —Se conocen casos de padres que les han comprado tablets a sus hijos de año y medio ¿Por qué no aconseja una edad muy temprana para acceder a estos dispositivos?

 

—Para mí es una locura. Los chicos quedan como atrapados desde los sentidos, lo visual, lo auditivo, en la falta de atención que genera. Pero además en la posibilidad de ir accediendo con el dedito a cosas que no tienen que acceder. Muy tempranamente están sobrepasados de información. Un chico de seis años te puede hablar de cocina de drogas, de narcotráfico o cómo hacer una bomba. Maneja una cantidad de contenidos que no comprende; que no están ni bien ni mal, pero hay edades para ponerse en contacto con cierto material. Pero además con el dedito pueden llegar a cualquier contenido, a cualquier video. Hay versiones porno de dibujitos que ven los chicos. No abro un juicio de valor, se trata de pensar si una cabecita de cuatro, cinco o seis años puede elaborar todo aquello que ve o por el contrario los carga de hiperestímulos, de ansiedad no acordes a sus edades. Es como dejar a un chico de cuatro año al cuidado de un horno. Yo no lo dejo.

 

La infancia y la adolescencia son momentos donde se aprende esa regulación con el otro, para poder tener después relaciones más durares y felices.

 

   —Una reunión de amigos donde todos miran sus celulares, una conferencia donde se está más pendiente de tuitear que escuchar… ¿Qué pasa cuando las pantallas ganan las relaciones y se pierde el cara a cara?

 

—Se pierde la posibilidad de saber que el otro siente, que el otro tiene otros tiempos. Se pierde la oportunidad de aprender a regular los vínculos, en el sentido de que si yo digo algo que al otro le duele, en el cara a cara con su expresión me voy a dar cuenta. Si lo tengo detrás de una pantalla, no. Me pierdo entonces la posibilidad de seguir el ritmo empático de una conversación, de un vínculo. La infancia y la adolescencia son momentos donde se aprende esa regulación con el otro, para poder tener después relaciones más durares y felices. No sé qué pasará con estas generaciones de aquí en adelante, pero a mí me preocupa esta falta de encuentro, aunque sea un ratito. Uno de los mensajes a los padres es que preserven uno de los momentos en la casa, cuando llegan del colegio, en la cena o en el desayuno, aunque sean solo 15 minutos, para hablar de verdad, ejercitar la conversación. A veces con los adolescentes es difícil, pero los temas también pueden ser lo que hacen en la red; pero hablarlo, porque sino cada uno está con sus pantallas. Esa es la otra gran diferencia, antes todos mirábamos la misma pantalla de la tele, en cambio ahora cada uno mira su Netflix, sus celulares y en soledad con auriculares. Eso también va cerrando las posibilidades de establecer vínculos y del contacto con los otros.

 

   —Muchos docentes comparten perfiles personales de Facebook con sus alumnos ¿Qué opina de ese uso de las redes?

 

—Yo lo desaconsejo. Es muy difícil hoy en día sostener el rol de madre, de docente, de psicopedagoga. Entonces no es bueno entrar en una red social donde el hijo, el chico, el paciente ve absolutamente todo lo que yo hago. Donde, por ejemplo, el alumno está al tanto si tengo un novio nuevo o me fui de vacaciones. A veces a los chicos les cuento que tomo alcohol o bailo carnaval carioca, pero no subo esas fotos que tienen que ver con mi vida privada. Lo que se comparte ahí, queda ahí y habla de una. Una cosa es establecer relaciones de pares y otra es meterse como docente en esos grupos. Por otro lado si una está metida y surge un problema tiene la obligación ética de intervenir, porque tengo una responsabilidad también. Aunque en realidad, los chicos prácticamente ya se fueron de Facebook, están en Snapchat e Instagram.

 

   —Son comunes los grupos de WhatsApp de padres y madres de las escuelas ¿Qué beneficios y riesgos tienen?

 

—A veces esos «grupos de mamis», porque así se llaman, generan problemas. Suele pasar que en un curso de 30 chicos, hay cuatro madres que son las más activas, parece que son las que deciden, generan opinión y las que tienen razón, pero a lo mejor son las que tienen más tiempo. Bien usado, el grupo tiene que servir para acordar si los chicos van a salir de paseo, viajar o si hay un cumpleaños. No como un lugar de chismes o para hablar mal de un docente, por ejemplo. A veces una mentira se toma como válida solo porque se dijo ahí. Otro uso común es cuando el hijo no copió la tarea y se la pide en el «Grupo de mamis». Le estamos cortando la oportunidad de que aprenda a hacerse cargo de su responsabilidad, y quedamos como «mamás asistentes personales». Estos grupos de WhatsApp también son el terror de las maestras, porque son imparables.

 

 

∗ María Zysman Ciberbullying, cuando el maltrato viaja en las redes (2017) Editorial Planeta.

 

 

FUENTE:  LA CAPITAL. Entrevista: Marcela Isaías