Un sábado a la noche, como cualquier sábado a la noche, Ailín se juntó con sus amigas de la secundaria y les contó, en una conversación casual, que quería comprarse unas zapatillas nuevas. Las amigas no conocían el modelo y le pidieron a Ailín que les muestre una foto. Ella las googleó y el resto fue historia: a partir de ahí comenzaron a llegarle publicidades de zapatillas. Todas le encantaban, claro, parecía que la publicación había sido específicamente diseñada para ella.
Juana es de Racing. Habla con sus amigos de Racing, hace posteos en sus redes sociales del club de sus amores y le pone me gusta a cada foto de los ídolos de La Acadé que encuentra en la web. Un día, hablando con Matías, le contó que siempre está al tanto de las novedades del club porque le aparecen cosas de Racing en su inicio de redes sociales todo el tiempo. “Qué raro”, le dijo Matías, “a mí de Racing, nunca me aparece nada”. Es que Matías es hincha de Atlanta. Y sus redes sociales lo saben.
Juana, Ailín y Matías son náufragos digitales. Tienen redes sociales desde muy chicos y, desde muy chicos, publican en sus perfiles sus gustos, intereses, preferencias pero nunca tuvieron alguien que los guíe en cómo usar las nuevas tecnologías. Tampoco pensaron qué información estaban haciendo pública (incluso aunque sus redes sean privadas) y a quién se la estaban dando a cambio de qué. Llegó la hora de analizarlo.
Dime qué publicas en tus redes y te diré quién eres
Crear un perfil de Facebook, Instagram, Snapchat, Twitter o cualquier red social del momento es muy fácil. Basta con poner un mail, ponerse creativo para pensar una contraseña y listo. El perfil está creado. Ninguna de las redes sociales anteriormente mencionadas piden a cambio dinero. Es decir, técnicamente son gratis. Pero… ¿verdaderamente lo son? ¿Aunque el valor a pagar por usarlas no sea económico… no hay otro costo a pagar por usar las redes sociales?
El Centro de Protección de Datos Personales de la Ciudad de Buenos Aires, representado por el Defensor Alejandro Amor, analiza el fenómeno de Internet y expresa que “el uso de la informática plantea una libertad casi absoluta, la posibilidad de entrar, buscar, investigar y analizar, pero siempre sometiéndonos a las reglas del juego que imponen las grandes empresas que son las que controlan. Sería infantil pensar que cuando uno define un perfil en Facebook no está entregando datos y poniéndolos a disposición”.
Cuando un usuario o usuaria acepta ser parte de una red social gratuita entrega sus datos a las grandes compañías que la manejan pero entrega mucho más que sólo el mail que piden al ingresar: también sus gustos, sus intereses, su ideología. En todas las redes sociales existe el “me gusta”, en donde se “likea” distintos contenidos y con eso el usuario/a se crea un perfil digital: Juana, por ejemplo, le da me gusta a muchas publicaciones de Racing. Por eso las redes sociales pueden deducir de qué club es.
Hoy en día en las redes ya no importa el contenido, sino la adquisición de datos de los usuarios.
La misma red social Facebook, de hecho, asegura que ella no crea contenido sino que sólo lo distribuye. ¿Y quiénes lo crean, entonces? Los usuarios y usuarias mismos. Los que hacen posteos contando sus intereses, interactúan, ponen “me gusta” o “me enoja” a diferentes publicaciones, crean su propia identidad digital día a día.
Ante este escenario y como saber es poder, el profesor e investigador en las nuevas tecnologías Cristobal Cobo cree que es importante que las personas puedan comprender las lógicas de las redes sociales y otras plataformas digitales, para que utilicen las tecnologías y no sean utilizados por ellas. En la misma línea se encuentra la investigadora Van Dijck, quien asegura: “Yo no soy temerosa ni optimista. Lo que quiero es que los usuarios sepan cómo funciona internet y que todos puedan tomar posición”. Ambos proponen ir hacia un alfabetismo digital crítico: saber qué se entrega a cambio de qué y no ser inocentes a la hora de generar interacciones online o de consumir noticias ya que toda acción realizada en la web tiene un valor secundario.
Datos a tener en cuenta para estar alfabetizado digitalmente
Primero hay que saber que en la web la publicidad es interactiva: el niño/a o adolescente (¡y adultos también!) se involucra activamente con la marca de diferentes maneras. A veces, por ejemplo, juega a un juego en donde el producto o logotipo de la marca aparece constantemente. Se borran las líneas entre publicidad y otros contenidos.
Además, la publicidad online es invasiva: las páginas web están cargadas de banners y el niño, niña o adolescente se encuentra en un entorno repleto de anuncios por un período prolongado de tiempo. Muchas veces la publicidad aparece antes o durante un juego o video y no queda otra opción más que consumirla. En Youtube es común tener que ver una publicidad antes de un video y en las aplicaciones cada vez es más corriente ser interrumpido por anuncios que hay que ver sí o sí para poder seguir jugando.
Por otra parte, para estar alfabetizado digitalmente es clave entender por qué a Ailín, Juana y Matías les aparecen diferentes publicidades en sus inicios de redes sociales. La publicidad se basa en datos sobre el niño/a o adolescente, lo que le permite dirigirse a ellos en función de sus intereses, ubicaciones y características demográficas. Con sus “me gusta”, sus publicaciones en la web y sus interacciones los tres (como todos los usuarios de redes sociales) entregan información a los dueños de las redes sociales sobre sus gustos e intereses y los CEOS de las mismas hacen negocios con dichos datos brindándolos a las grandes compañías publicitarias que pautan en redes sociales (es decir, ponen dinero a cambio de un anuncio) para lograr una publicidad dirigida a potenciales clientes. Como dice Cristobal Cobo, “cuando hacemos una búsqueda en un buscador los resultados que entrega están predeterminados por nuestros intereses, contexto, gustos y nos da lo que nosotros queremos recibir. No lo más objetivo”. ¿Para qué mostrarle a Matías cosas de Racing que no consumirá, ya que el es de Atlanta? Mejor mostrarlas a Juana. O mostrarle a Ailín zapatillas como las que googleó, que evidentemente ya está buscando.
Sin embargo, esto puede traer problemas. Como asegura Eli Pariser en una charla TED, es muy posible crear una “burbuja digital”, una “burbuja de filtros” en este entorno: “Internet está mostrándonos lo que queremos ver, no lo que tenemos que ver. La burbuja de filtros es el universo propio, personal, único de información que uno vive en la red”.
Qué vemos cuando usamos Internet
Saber que las publicidades invaden nuestros inicios de redes sociales y que no todo lo que aparece en Internet es real es fundamental para no caer, por ejemplo, en fake news -noticias falsas-. Expertos del Massachusetts Institute of Technology (MIT) analizaron este tema y concluyeron que en redes sociales “la falsedad se difunde significativamente más lejos, más rápido, más profunda y más ampliamente que la verdad en todas las categorías de información”.
Por eso en este contexto resulta interesante concientizar a los niños y niñas acerca de cómo todas las cosas que en primera instancia parecen “gratuitas” (en términos económicos), en realidad no lo son ya que están dejando a cambio datos e información que otorgan a las compañías de redes sociales y acerca de la veracidad de todo lo que aparece en línea.
Si bien existen bloqueadores de anuncios, lo más importante a la hora de decidir hacerse un perfil en una red social es saber qué se está dejando a cambio y qué puede uno encontrar en las redes. Saber qué se hará con los intereses que uno muestre tener, con lo que se publica y poder diferenciar información falsa de la real. Estar alfabetizado/a digitalmente.
Todo el resto son decisiones.